Reseña crítica: En una de las mejores introducciones pre-créditos, un camionero observa a una adolescente y ofrece a darle un aventón en su vehículo. Las cosas se distorsionan y hay un hecho de violación del que un chico, testigo eventual, se retira en pos de avisar a algún mayor. Tras este complejo incidente comienzan los títulos de crédito y surge una sensación de incomodidad debido a que mientras leemos los nombres del plantel artístico y técnico involucrado, tenemos la certeza que el violador está profanando a la niña. Es recién al final de los créditos cuando llega el padre de la chica y se topa con un cuadro perturbador: su hija caída en el medio del camino y el violador saliendo de un matorral con expresión de placer. A través de un hábil planeamiento visual, observamos (o mejor dicho, no observamos, ya que no hay ningún hecho violento en pantalla) como el camionero es reducido, introducido en un garage y asesinado con un soplete por el iracundo padre. ¿Será este prólogo un válido aviso de lo que vendrá después? Es decir, en un incidente en que hay una violación, una agresión con llave francesa y una tortura con soplete, el director Michael Carreras solo atina a insinuar que tales hechos acaecen a través de gritos lejanos o mostrándonos secuelas. Pero volvamos a la trama: cuatro años después llega al lugar un pintor americano, Geoff (Kerwin Matthews, en plan Alain Delon), que se aloja en un motel operado por esta niña violada, Annette (Liliane Brousse), ahora convertida en una exhuberante mujer y por su madrastra Eve (Nadia Gray). Geoff se ve atraído por madre e hija, a pesar que la veloz madre termina agenciándose al apolíneo artista. Tras el romance surge el pasado: el marido fue acusado de insanía por matar al violador de Annette y confinado a un nosocomio. Eve convence al pintor de cooperar para que su marido escape del asilo. En compensación, el marido (Donald Houston) promete irse lejos de ahí, permitiendoles formar una pareja. Sin embargo, la fuga del maníaco coincide con la aparición del cadáver de un supuesto enfermero en el baúl del coche de Eve, del que Geoff tratará de deshacerse. Al clima inicial de tensión sexual (mejor plasmado en pantalla que la mencionada violencia) suceden una serie de giros imprevistos que tienden a caer en saco roto debido a la dificultad en identificación con ningún personaje. Un intento de generar tensión con un amago de ataque del "asesino del acetileno", en que el criminal explica lo que pretende hacer, dice mucho pero no muestra nada, tal y como en el comienzo de la película. Esto no está mal per se, sin embargo, en un thriller cuya argumento es débil o bien no ha sido exitosamente materializado en la pantalla por el director, estas escenas violentas habrían contribuido a disimular aquellas falencias. Identidades asumidas y trampas entre tramposos, seguidas de necesarias explicaciones verbales de los protagonistas, confluyen en un desenlace medianamente aceptable gracias al excelente uso de locaciones, especialmente las del climax final. [Cinefania.com]
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